La Odisea





¡Demódoco! Yo te alabo más que a otro mortal cualquiera, pues deben de haberte enseñado la Musa hijo de Zeus, o el mismo Apolo, a juzgar por lo primorosamente que cantas el azar de los aqueos y todo lo que llevaron a cabo, padecieron y soportaron como si tú en persona lo hubieras visto o lo hubieses visto referir a alguno de ellos। Mas, ea, pasa a otro asunto y canta como estaba dispuesto el caballo de madera  construido por Epeo con la ayuda de Atenea; máquina engañosa que el divinal Odiseo llevó a la acrópolis, después de llenarla con los guerreros que arruinaron Troya. Si esto lo cuentas como se debe, yo diré a todos loa hombres que una deidad benévola te concedió el divino canto.

Así habló y el  aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos diéronse a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incediado el campamento, mientras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el ágora de los teucros, ocultos por el caballo que éstos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis.

El caballo estaba en pie, y los teucros, sentados a su alrededor, decian muy confusas razones y vacilaban en la elección de uno de estos tres pareceres; hender el vacio leño con el cruel bronce, subirlo a una altura y despeñarlo, o dejar el gran simulacro como ofrenda propiciatoria a los dioses; esta última resolución debía prevalecer, porque era fatal que la ciudad se arruinase cuando tuviera dentro aquel enorme caballo de madera done estaban los más valientes argivos, que causaron a los teucros el estrago y la muerte.

Cantó como los aqueos, saliendo del caballo y dejando la hueca emboscada, asolaron la ciudad; cantó asimismo cómo, dispersos unos por un lado y otros por otro, iban devastando la excelseurbe, mientras que Odiseo, cual si fuese Ares, tomaba el camino de la casa de Deifobo, juntamente con el deiforme Menelao. Y refirió como aquél había osado sostener un terrible combate, del cual alcanzó victoria por el favor de la magnánima Atenea.

La Odisea, Libro VIII